Sobre Quíntuple Fémina de Franco Boza

Al terminar la lectura de Quíntuple Fémina: quimera de cinco cabezas femíneas, escritas por Franco Boza, realmente no puedo dejar de pensar en la primera vez que leí a Octavio Paz. No es justo comparar a los escritores, eso es trabajo de locos aburridos que no saben qué escribir, según mi humilde parecer. Mucho menos me refiero a que Franco copie al mexicano o que su inspiración sea obvia (aún cuando, me parece, en el uso de adjetivos, recursos surrealistas y estética, esto se desliza), sino que solo me dejan gemela sensación después de leerlos; un estrés mental parecido a una cascada inmensa lanzada a mi cabeza en la que se vierten pesadas letras, versos que parecen pasajeros pero que envuelven un gran universo contenido (toda buena poesía intenta esto, qué duda cabe), restos de un río lejano que deben ser también (creo) los restos de su alma, y que brillan.

Realmente al escribir estas palabras no alcanzo a aquella sensación de inmensidad que produce el dejarse empapar por este incontenible chorro de calificativos que quieren nombrar aquello que (sabemos) es indescifrable, el inmenso amor que significan aquellas frases en las que se advierten signos que no existen, ese intento hermoso de los hombres por reconocer a la lejanía a la mujer (la única, perdida en el paraíso) que todos amamos (y hablo de lo femenino, no de las mujeres como sexo). Misma sensación me dejaron varios textos de Paz, claro que sus temáticas eran más variadas (sobretodo después de leer su infinita y agotante antología completa). Mismo sol condensado resplandeció en mi mente, realmente lo pensé así, sobretodo en partes en que el mismo autor se cuestiona y no haya más imágenes para explicar lo obvio, que parece que no entiende, que sabe su búsqueda es infructífera, que a los humanos sólo les queda la esperanza.

En tiempos en que la celebración y la alquimia parece menor ante los juegos aritméticos de la poesía matemática que deslumbra, o los continuos embates del minimalismo silencioso, me parece acertado destacar un texto que desde esta perspectiva no cae en los ripios y clichés de la misma; que se sabe y se cree dispuesta a hablar de la pasión, la renovación del amor y la (des)esperanza de la carne, pero con los pies bien desplantados en la tierra, realmente volando en esas ligas como un Alsino de fuste. Con todo el agrado les dejo un poema de mi última lectura, en específico uno que llamó mi atención por la idea siempre terrorífica y fascinante de mirarnos y ser mirados: se llama Espejo y que está demás desmenuzar más aquí, es mejor que lo lean por si mismos. Además dejo otros regalos, ojalá los disfruten:

 

ESPEJO

 

Si tu par

No sonriese perfecto,

Si tu símil

No observara el detalle,

Si tu espejo no delineara sus curvas

Ni el límite corporal

De sus copas

Arbóreas,

Concentraría

Tus vetas,

Tus suaves

Movimientos

En mis visiones

Purpúreas,

Expectantes,

Salinas…

 

Aun así

Solo el tacto

Te diferencia…

 

DE VUELTA…

 

No pensé la silueta

Y te has prefigurado,

No respiré la frescura

Y casi has seducido,

No vaticiné el encuentro

Diamante de palma

Frágil y te presentaste,

No solicité tus voces

Y has cantado al son

Que más amo…

 

Si mentalicé tus aros,

Tus anillos, tus pulseras

Y te has despojado de ellos

Solo para sentirte de vuelta…

 

SERPIENTE FRÍA

 

Sensación vertiginosa

De serpiente cascabel,

Complicada situación

De vientre y remolinos,

Para qué proyectas la seguridad con notas

Azules y morenas,

Si más de ti no hay

Cuando perforas

La quietud con desazón.

 SToNE  RoSES

 

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dos rosas de piedra

trascienden el hielo de la noche

tragándose a la otra

sus sienes esquizoides

conciben desafinar  un millar perceptivo

mascando injertos e infusiones de dudoso proceder

sus redobles neuronales

solo atinan quemar

vencidas por el hambre

torturadas por la deshidratación

se miran     besan     y envuelven

entre   colillas    bichos    mordiscos     alientos

y gustan de  cada olvido

cada  risa

cada temblor

cada efecto

que destense esa dureza

ese tiempo

que insiste

prevalecer

finalmente sus pétalos

asidos el uno al otro

se despiden

juntas amiga                                                                                   

hemos contenido                                                                            

nuestra destrucción

 

 

por @

El hedor de los muertos (héroes)

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Era de noche. Recorría las calles de Concepción -posterior a una presentación de libros, en casa 916- con la poeta C. Ambos discutíamos airadamente el incierto presente de la literatura chilena. Muy enérgica, como enojada, como herida, mi amiga repetía (con voz autoritaria) faltan héroes güeon, faltan héroes en este país de mierda. Héroes: ¿rostros valientes a los que adherirnos? ¿Seres dignos de respeto? ¿U otra foto romántica para los letrosos catedráticos de siempre? ¿Más Cristos que den su sangre por nuestros pecados? A veces (no sé ustedes) se me hace innecesario ver tanto avatar, el ver ensalzado tanto rey de blanco y negro, esos que reaparecen de vez en cuando en algún homenaje.

Disculpen, pero a mí ya me está pudriendo esta sociedad de íconos, este individualismo, este infinito de estrellas promovido por la sociedad y la massmedia. Quién sabe. Tal vez exagero. Tal vez la única forma de reconocer a nuestros ilustres, aquellos que dieron algo (de sí) por el futuro, sea el obsesionarnos con su figura, y el tener que reproducirla por siempre y para siempre en diferentes formatos (cine, Tv, internet). Más para quienes gustamos de la poesía, arte tan poco validado y reconocido, y del que nadie sabe nada (aceptémoslo). Pero es que me pudre (en general) el inmenso ego, ese que hasta rompe con el tiempo y el espacio, y se posiciona en lo más profundo del inconsciente colectivo, para embobarnos con una sombra difusa, estéril, vacía.

Ni la foto de Rimbaud, ni la de Pamela Díaz me interesan, sino la obra que dejaron, su legado (o sea, el de la última, una tristeza). En un mundo en que la videósfera dicta nuestro conocimiento, aquellos líderes de opinión, aquellos que exigen nuestra pleitesía, pareciesen ser aquellos más superficiales, aquellos cretinos que tras un micrófono, o un buen maquillaje pretenden ser mejores que nosotros. Por ello, el cuidado que debemos tener con nuestros héroes ¡mucho cuidado!

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A veces pienso que quienes deberías quedar en la retina, son aquellos que menos buscaron la fama. En otras me digo esto es un mito por algo llegaron a mí, algo hicieron para que se transformaran en personajes respetados. Ellos, en algún momento, igual buscaron trascender, todos buscan la inmortalidad de una forma u otra, y no por el mero hecho de ser amados, sino para dar testimonio de la grandeza. Eso es, esos son quienes merecerían mi respeto me dije aquellos que sea de forma anónima, o pública (no importa) lograron un cambio. Ahí está, esos son mis héroes.

Pero y actualmente, quiénes son nuestros héroes. Qué desgracia, todos los míos están muertos, y qué pretencioso ¿no? mejor darle reconocimiento a los muertos que a alguien vivo. ¿Por qué será que (aún más entre escritores) le damos tanto crédito a los muertos, más que a los vivos? Bueno, todos los míos comer tierra, y casi todos murieron de forma nefasta. Por qué será  que nos atrae tanto esa belleza rota, esa hermosa tragedia que marca el final de ciertas personas (bueno, ese es otro tema). Pues bien, la última figura que se me viene a la mente, no es ni siquiera la de un escritor, ni mucho menos un gran político, sino la de un cantante, el vocalista de la banda black metal Mayhem.

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Dead: máscara de su verdadero nombre (Per Yngve Ohlin) fue uno de esos tipos de puta madre. Justamente hoy veía un documental de su vida, en que resumían un sinfín de estupideces que solía efectuar. Hijo de puta me dije este hace lo que quiere. Si quiere, se pega un escopetazo en la cara (a lo  Hemingway) y se suicida. Si quiere, va y quema unas cuantas iglesias, por el puro gusto de adorar a Satanás. Si quiere, se sube al escenario, y le tira su sangre al público. Esto y otras (tantas) anécdotas me inspiran hoy a relatar su vida, sin si quiera saber bien por qué. Tal vez sólo por ello, por que hizo lo que quiso y nada más.

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¿Será que los héroes no los dicta exclusivamente la moral? Tal vez reflejan algo aún más profundo, algo aún inexplorado en la psiquis y que a toda costa necesitamos suplir. Tal vez, es una mera respuesta obligada a nuestras carencias, a nuestras verdaderas ansias de expresión. ¿Será que todos esos rostros, todos esos famosos ídolos, no son más que el más secreto de nuestros sueños? Claro, los admiramos, pero también los envidiamos. Tal vez sólo queríamos su vida para nosotros.

En ese caso, mi héroe me presenta una respuesta muy desoladora. Tal vez yo no hago, exactamente, aquello que quiero hacer. Tal vez nunca hice lo que se me dio la gana. Buen ejercicio, pero basta, basta con esto de los héroes.

 Francisco Valenzuela S.