Quienquiera que visite la Avenida Costanera, circundando la ribera norte del río Biobío, dirá que la experiencia (con un mínimo de imaginación) semeja habitar un film Psy-Fi; onírico museo que exhibe para sus turistas nacionales y extranjeros (extra-terráqueos) la visión de imágenes extravagantes, enigmáticas, inentendibles, hasta absurdas, exageradas y que bien sirven para el ameno recreo de los sentidos, la abstracción. En resumen, dos kilómetros de lo que parecen ser los restos de una vieja y avanzada civilización perdida en la noche de los tiempos, diría algún asiduo de H.P. Lovecraft, o novelas fantásticas de Moebius o Collen Doran; tan ajenas a leyes de la física, o la estética de la arquitectura convencional.
Insólitos caracteres semejan una flora multicolor, un bosque al parecer demasiado expuesto a los rayos gama, posterior a un desastre atómico -bajo sus pétalos, un puñado de niños juegan y esperan a que, en cualquier momento, esta planta carnívora los engulla- más allá, remolinos de metal parecen giran y volar desde el suelo hacia el cielo como lanzando cientos de grafitis; garabatos improvisados por los aledaños artistas del sector; cruzando el puente, hacia el segundo sector, inertes caballos cabalgan hacia el interior de la tierra, en un trayecto que los lleva, tal vez, a lo más profundo de la creación.
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Alguien, con una mente más catastrófica opinará acerca de estas inauditas representaciones, que tal paseo corresponde a la imagen de un Chile post-apocalíptico; un futuro lejano, distante, y muy poco alentador, suspendido en el tiempo y la eternidad para servir de recuerdo impertérrito (a los próximos que vienen) de lo que queremos ser -o mejor dicho, quisimos ser- un país moderno, sofisticado, europeo, vanguardista, con buen gusto, a la moda, a la par del primer mundo y en sintonía con el sentimiento occidental.
Todo esto, claro, visto meramente como un juego de significaciones, al tratar de develar el subtexto, o subtextos, de quienes confeccionaron tales universos, a la postre, un fiel reflejo de nuestra cultura; ideas, mensajes, juicios escondidos en el metal, el cemento, el hormigón. Tal profundidad intelectual poco y nada parece reparar en un escenario mucho más dispar, mucho más bizarro e insólito que el diseño de estas frías formas de arte; una que se oculta a unos cuantos metros y que demuestra la historia de un país de contrastes, de desigualdad, el karma de (por siempre y para siempre) hacer las cosas mal, a la chilena.
El mejor ejemplo de este sentimiento nacional, esta pretensión, bien puede ser la última estructura dispuesta en este parque, tal vez su obra maestra -bajo aquellos parámetros de armonía deconstructivista- aquella que viene a rematar el concepto de diseño decorativo general. Ocho torres hexagonales de cemento y veintitrés metros de altura cada una, componen la imponente escultura central; el renombrado y bullado Memorial del 27/F, coloso gigantesco que se yergue proyectando su sombra a los miles de curiosos que cruzan día a día el sector.
Una figura que Rodrigo Pérez, Ministro de Vivienda y Urbanismo, catalogó de: necesaria para testimoniar cómo un país completo se puso de pie, un plan que, el Seremi de la misma cartera, Rodrigo Saavedra, considera: viene a reforzar el eje turístico que va desde la Universidad de Concepción hasta la Costanera. Un “símbolo” que servirá a posteriores generaciones y la memoria colectiva para hacer conocer aquellas cosas que vivieron sus antepasados.
La obra -sometida a un concurso público, organizado por el Colegio de Arquitectos de Chile, con ayuda de la Comisión Bicentenario, en el marco de la XVII Bienal de Arquitectura 2010 -adjudicada finalmente a los arquitectos Ricardo Atanasio, Agustín Soza y el artista Fernando Faureisen- fue licitada en junio y noviembre de 2012. Su construcción, fue iniciada recién en enero de 2013, para ser inaugurada el 23 de octubre de ese mismo año.
En torno al croquis, sus creadores -según el plan propuesto al grupo de jueces del escrutinio– se propusieron cinco conceptos preliminares: Reconstrucción, Testimonio, Apilamiento, Dominio de Territorio y Relaciones Tectónicas. El producto final, según sus palabras: sirve de espacio de inmersión, liberado de las imágenes figurativas de un hecho histórico y de sus protagonistas, privilegiando las propiedades tectónicas y urbanas del terreno, transformándolo en un espacio referencial, temático y de uso público.
Justo en frente, el nuevo y flamante Mall Plaza Mirador -otro de los proyectos que arribaron a Concepción posterior al terremoto de 2010- aguarda a los miles de clientes que, mes a mes, se matan por gastar su sueldo; muchos de los cuales, agradecen que la región vuelva a estar en el mapa nacional y así por fin ser beneficiados con el sinnúmero de proyectos que le suben un poco el pelo a la siempre alicaída arquitectura de la ciudad y que al fin logra acaparar la atención de su símil capitalino, sólo gracias a un desastre de horrendas proporciones.
Si hablamos de orgullos urbanos, pero en un contexto muy diferente, a unos cuantos pocos pasos de estas dos mega construcciones, un poco más desplazada, pero siempre visible, asoma la población Aurora de Chile; rincón histórico que contrasta con cualquier opulencia o ambición decorativa que le coquetee. Estos cientos de casas, a la fuerza, han mantenido su territorio desafiando cualquier política o mandato que los obligue a desalojar su lugar de origen, su lugar natural de vida, su hogar, como enrostrando una realidad mucho más duradera, mucho más difícil de extirpar.
El sentimiento, la opinión de los miles de pobladores colindantes explotó en octubre de 2013, posterior a la inauguración del monumento que conmemora las 551 víctimas del terremoto y maremoto, de la mano de uno de sus líderes locales, Luis Ríos Melillán que junto a una veintena de habitantes de Chiguayante concurrió hasta el monumento y protestó por la falta de soluciones habitacionales que, en su opinión, existe aún en la región, de seguro cuestionando los cerca de 5 millones de dólares gastados en la obra y que bien pudieron haber sido usados para este y otros dilemas.
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Basta de abusos 2 mil millones = dilapidar: logró escribir en los muros el dirigente, antes de ser detenido por carabineros. Parece una mala broma, pero un hecho de tales características bien pudo ser el único que intentó llamar a la reflexión, la conciencia; recapacitar no sólo en torno al caso puntual de las cerca de 700 familias que aún no reciben respuesta a más de tres años de acaecido una catástrofe geográfica, sino también en torno a la política que evidencian nuestros dirigentes a la hora de tratar con la pobreza; un sector de la población que vive al margen de una nación pujante, en vías de desarrollo que más parece progresar al alero de una opinión mundial eximia, y “a pesar” de una crítica interna escondida bajo la alfombra.
Al caminar y transitar por las grandes alamedas, plazas y centros de recreación criollos darás nota de lo que significa el no estar de entre las fracciones de la población que se benefician del sistema económico chileno; lo que significa sentir que no hay respaldo de parte de tu gobierno para ayudarte a llegar a fin de mes; lo que significa ver -frente a tu casa hecha de basura, cartones y restos remodelados- una enorme obra de arte, en la que se gastaron varios de miles de millones de pesos y que, bien pudieron, dar una mejor calidad de vida a tu familia. Lo que significa no llegar a fin de mes, porque el colegio está muy caro. ¿Es necesario enumerar más?
Por Francisco Valenzuela S.
Concepción, 13 de noviembre de 2013